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Bienvenidos/as al I Encuentro Sociológico Internacional: La Cultura y las Emociones en Tiempos de Catástrofes

Los recientes trágicos acontecimientos climáticos de la DANA que han asolado los territorios de Valencia, Albacete y Andalucía, en España, nos han vuelto a recordar, dolorosamente, los problemas relacionados con el cambio climático. Otros desastres naturales -como la inundación de zonas costeras por la subida del agua en los mares y océanos; los tifones cada vez más intensos y a corto plazo; el deshielo en la Antártida; las contínuas e intensas nevadas; las sequías pronunciadas; el aumento de la temperatura en el planeta en torno a 1,5 grados…-, nos hacen tomar conciencia, también, de que los gobiernos, y el conjunto de la sociedad, debemos ponernos a la urgente tarea de atenuar y solventar todos estos asuntos climáticos.

Sin embargo, ante todo, las acciones restauradoras a adoptar requieren un cambio general de concepción del mundo, en la medida en que Occidente ha situado, tradicionalmente, a la Cultura como el universo propiamente humano que está llamado a dominar la Naturaleza. Si se cumpliera, teleológicamente, este designio civilizacional, estaríamos, más pronto que tarde, ante la destrucción de la especie humana.

Por otra parte, esta pulsión destructiva de la Cultura, que ciertamente se acompaña de otra creadora, no solo se centra en la Naturaleza, sino también en el mundo humano, como demuestran la sucesión de guerras a lo largo de la historia y la barbarie desplegada en la Modernidad, primera y segunda. Sus consecuencias visibles son la destrucción del territorio, de las ciudades, de los campos de cultivo y del patrimonio histórico artístico y natural, así como la eliminación de millones de personas, la expulsión de miles de seres humanos de sus hogares en busca de la supervivencia y el exterminio de poblaciones enteras por causas ideológicas, étnicas, religiosas o culturales. A ello se suman los movimientos poblacionales inducidos por las catástrofes naturales -sequías, etc.- y bélicas -refugiados…- y por las desigualdades inherentes al sistema capitalista -migraciones, homeless…-.

Junto a las catástrofes ambientales y culturales, también se encuentran las que afectan a las personas y a sus interrelaciones más cercanas, familiares y de amistad. Entre ellas, el conocimiento de una enfermedad rara o incurable, la pérdida de la visión y otras desgracias personales, vividas con una extraordinaria intensidad emocional por los sujetos que las padecen.

En todas estas catástrofes se generan una serie de emociones y de ahí que, en este encuentro internacional, vamos a tratar de comprender, interpretar y comprobar empíricamente dichas emociones, individuales y sociales, que estas catástrofes naturales, culturales y personales ocasionan en sus víctimas y, cuando los hay, en sus verdugos. Concretamente, se intentará analizar qué emociones se producen, cómo tienen lugar y la manera en la que se gestionan y, finalmente, qué consecuencias personales y políticas traen aparejadas. Sobre las emociones generadas en tiempos de catástrofes destacan las positivas y las negativas, pues, junto al dolor, la ira, la tristeza, la desolación, la ansiedad, la impotencia, la agonía, la desesperación, la sensación de incertidumbre con respecto al futuro y el duelo por las pérdidas irreparables, surgen también otras como la solidaridad, la empatía, la alegría de haber sobrevivido y la esperanza por poder construir un futuro mejor, personal y colectivo.

Acerca de cómo se manifiestan estas emociones, se trata de dilucidar si su carácter es violento o incontrolado o, por el contrario, sereno y autocontrolado -como diría Norbert Elías- y si el tiempo de gestión es largo o corto, traumático o reparador. Y, finalmente, en relación a las consecuencias personales y políticas que conllevan, analizaremos si después del trágico acontecimiento, las personas afectadas luchan por construir, renovadamente, un mundo más justo, inclusivo y respetuoso con el medio ambiente, en suma, más civilizado y menos bárbaro, o, si por el contrario, apoyan movimientos populistas que reclaman soluciones fáciles, que intensifican el odio al otro, que canalizan las emociones con una actividad más violenta y que llaman a la entronización de gobiernos de cuño más autoritario.

De hecho, la problemática de las catástrofes como generadoras de pérdidas -humanas, económicas, materiales e inmateriales-, que se experimentan como traumas que conllevan una dimensión emocional ambivalente tiene una relevancia sociológica que las sociedades deben cuidar. Así, existe un aspecto timótico, de emociones profundas de pérdida, que se re-presenta en modernos rituales, demostraciones, protestas, celebraciones, etc., a través de los cuales la sociedad se re-presenta a sí misma. Por eso, no basta con la razón para explicar las pérdidas traumáticas, tenemos que escuchar también a las emociones. Por consiguiente, tendremos en cuenta su naturaleza polisemántica, multidimensional y sistemática, que se ve afectada, transitoriamente, durante el tiempo de la catástrofe y del trauma y duelo que le sigue, por una intensificación, dramática o trágica, apasionada y sin control o límites de dichas emociones, así como por una complejidad creciente, acompañada de ambivalencias, paradojas y contradicciones múltiples. En estas circunstancias, no sorprenda que la racionalidad se vea obnubilada, que aumenten las teorías conspirativas, la irrupción acelerada de fake news, el odio hacia las personas diferentes y los populismos que buscan soluciones fáciles y, en suma, que disminuya la fe en las instituciones, en la democracia y en la propia vida.

En consecuencia, la democracia que tanto ha costado conseguir en la Historia se convierte en la víctima última del dolor y del duelo de los afectados por las catástrofes y de la deficiente gestión de las mismas, algo por otra parte muy humano, demasiado humano.

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